Un monasterio benedictino es, fundamentalmente, una escuela de vida contemplativa.
Para el monje es vida contemplativa aquélla en la que se da prioridad y preferencia al ejercicio de la oración.
La oración, porque es el modo más adecuado de llegar al conocimiento y a la unión con Dios.
Un conocimiento en fe y por obra del amor, con todo el fervor de una vivísima esperanza.
El ideal monástico está, pues, en la búsqueda de Dios y de solo Dios. Directamente. A Dios en sí mismo y por Cristo Jesús, que es el mediador entre Dios y los hombres.
Un ideal puro de vida cristiana. Esto se llama vivir hondamente el propio bautismo.
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Es un hombre que se agarra a Cristo como a la auténtica realidad de su vida. Por tres veces lo dice san Benito: “Nada anteponer al amor de Cristo” (Reg. cap. IV). “Los que nada estiman tanto como Cristo” (cap. V). “Nada absolutamente prefiera a Cristo” (cap. LXXII). La vida de todos los cristianos debe afirmarse en Cristo Jesús. Es cristiano quien vive en Cristo. Quien ha llegado a convencerse de que Cristo es su vida. Pero ese apoyo debe ser aún más necesario, diríamos que más exigente y total, más exclusivo, para un alma contemplativa. Su relación se hace muy personal, muy directa, íntima. Cristo está ante él en todos los actos, en todos los momentos de su vida. Y en el cumplimiento total de su santa voluntad. El monje sigue a Cristo en su obediencia. La vida de oración de los monjes, culmina en la oración del Oficio divino y de la Sagrada Liturgia. Culmina. Es sin duda su expresión más alta. Es la oración de la Iglesia. En la oración litúrgica, el encuentro se hace más directo, más íntimo con Cristo Jesús. Es un error muy frecuente creer que nuestra intimidad con Cristo se mide en la escala de nuestros afectos sensibles. La Liturgia es el lugar preciso en que Cristo nos busca y nos espera. Es el gran Orante, el gran Liturgo, el gran Sacerdote. El ciclo litúrgico sigue al año, y siempre repite, la rueda de sus misterios. El centro de toda la liturgia es su Sacrificio Eucarístico. Se hace diaria la proclamación de su Palabra. La voz de la Escritura nos habla de su Presencia eterna. La Liturgia es la oración de su Iglesia. Ante la grandeza del servicio a que están llamados los monjes, el precepto es muy concreto. “Nada se anteponga al Opus Dei, a la obra de Dios” (Reg. cap. LXIII). Los hijos de San Benito, en su larga tradición de siglos, han respetado fidelísimamente el precepto. El Oficio y la Liturgia son el centro de la vida benedictina. Todo el honor, toda la belleza, todo el fervor y toda la perfección, se concentran sobre el Opus Dei. Vivir la Liturgia y para la Liturgia. En el canto, en el estudio, en la pastoral. |